Que no sea por la corona que se marchita

Es octubre, la fiebre de la campaña electoral en todos los municipios de Colombia. El próximo 30, más de 29 millones de Colombianos habilitados para participar en las urnas, elegirán a sus gobernadores, diputados, alcaldes y concejales.

Los municipios de Colombia nuevamente viven el furor de las elecciones de autoridades locales, proceso que representa para algunos una lluvia de posibilidades para asegurarse su porvenir durante los próximos cuatro años y para otros, la amarga sensación de tener qué agachar la cabeza porque lo invertido no dio resultados.

Pareciese que este proceso ya no representa el interés por representar a los ciudadanos en los escaños de poder, sino por posicionar en los mismos a un sinnúmero de aliados, que garanticen la continuidad de los procesos, muchos de ellos viciados por su antigüedad. En la comunidad queda la resignación de saber que todo será igual y que la paca de cemento, el mercado o en el peor de los casos el tamal, será lo único que les quede.

Con resignación, en esta época se reciben los impactos de unos eslóganes políticos cada vez más pobres y esquemáticos, cada vez más tradicionales. Se diría que en los últimos tiempos no sólo la capacidad argumentativa, sino también la imaginación han desaparecido de las maquinarias responsables de la elaboración de los discursos políticos. Este elemento se convirtió ya en una contradicción en los términos en los que se apoyan los candidatos para persuadirnos de que es mejor votarlos a ellos que a los otros, o que quedarse en casa.

Es así como durante las campañas, resulta cada vez más útil cuando un candidato no tiene otra arma que denigrar de su contrincante, haciendo de este discurso un arma que le permitirá, con el papel de víctima, granjearse el apoyo de las personas. Si esta es la manera, ¿qué características tendría un gobierno cimentado sobre el engaño y la manipulación?¿Dónde queda la visión objetiva de los problemas que aquejan a la sociedad sin distinción?

Durante el periodo preelectoral, cada día van apareciendo nuevos rostros, que además de contaminar nuestras calles con sus afiches y pendones, hacen dar cuenta de que el proceso electoral es toda una carrera de obstáculos. Pasar por encima de los demás es la meta, no desde el discurso político-pragmático de antes, sino desde una modalidad donde los ofrecimientos automáticamente se convierten en votos.

La política actual está ligada con el modelo económico imperante, el que más tiene tendrá más, el que tiene los recursos alcanzará los primeros lugares. No cuentan los ideales de quienes ven los problemas desde abajo y que posiblemente tienen mejores ideas para enfrentarlos. Se lucha en un ambiente mercantilizado; sin embargo, la excusa del bienestar común sigue siendo la demagogia.

Lo más curioso de esta situación, es que quienes aspiran a los cargos conocen ya el lado flaco de la ciudadanía, saben que entre más necesidad encuentren, más armas de manipulación tendrán a su alcance. Ya un candidato es elegido por hablar bonito y en los últimos años, porque potoshop ayudó en la imagen de sus carteles y enamoraron al pueblo.

Hoy con el boom del Marketing Electoral en las sociedades democráticas modernas, el problema de evaluar las virtudes de los candidatos que garanticen el mejor desempeño posible de los puestos públicos, se ha vuelto tan complejo como las propias tareas del gobierno, de modo que ahora las virtudes de un buen candidato no son necesariamente las mismas de un buen gobernante, pues la capacidad de comunicación persuasiva, determinante para el éxito de una campaña, no es suficiente para el manejo competente del gobierno.

Esto lo resume de forma magistral el indio Jiddu Krishnamurti “El político trata sólo con la política; el moralista, con la moral; el sedicente maestro espiritual, con el espíritu; cada cual pensando que es un experto y excluyendo a todos los demás. Toda nuestra estructura social se basa en eso, y así estos líderes en las diversas áreas de la actividad humana, causan mayores estragos y traen más desdicha al mundo. La política es meramente un instrumento de explotación; pero si él considera la vida como un todo, no únicamente la política (por la cual entiende sólo su país, su pueblo y la explotación de los demás), y contemplara los problemas humanos no como problemas nacionales, sino mundiales; no como problemas americanos, hindúes o alemanes; entonces, si comprendiera aquello de que hablo, sería un verdadero ser humano, no un simple político.”

 

 

Deja un comentario